Cuidado! Llega la hiperpaternidad
Los expertos alertan: los niños de hoy son
víctimas de una nueva epidemia de sobreprotección que les impide ser autónomos
y les hace frágiles
MARTA OTERO 21 de marzo de 2016.
Actualizado a las 21:57 h. 207
Pero, además del pequeño detalle de la mochila, ¿cómo
reconocer si formamos parte de ese grupo? La periodista Eva Millet lo define
perfectamente en su último libro: los hiperpadres hablan en plural cuando se
refieren a las cosas de sus hijos («hoy tenemos examen de matemáticas»), están
obsesionados con que reciban la mejor educación (a poder ser, precozmente) en
el mejor colegio o universidad, discuten constantemente las posiciones de
maestros y entrenadores, planean numerosas actividades extraescolares y,
sin embargo, no permiten que sus hijos participen en las tareas de la
casa ni asuman obligaciones básicas como hacerse la cama o poner la mesa.
Padres mayordomos
Son padres que ejercen de chóferes, entrenadores,
guardaespaldas, profesores particulares y mayordomos... en resumen: estresados,
que acaban criando hijos agobiados que crecen incapacitados por exceso de
protección. Las causas, según explica el experto Carl Honoré en el libro,
pueden buscarse en la «tormenta perfecta en la que intervienen la globalización
y un aumento de competencia que, unidos a la inseguridad cada vez mayor en los
lugares de trabajo, nos han hecho más ansiosos respecto a preparar a nuestros
hijos para la vida adulta». En resumen: «hoy queremos dientes perfectos, un
cuerpo perfecto, las vacaciones y la casa perfecta y, obviamente, los niños
perfectos para completar el cuadro». A esto hay que sumar el estrés del estilo
de vida que nos han impuesto, que transmitimos a nuestros hijos con ese
omnipresente «¡corre!» que nos persigue sin descanso y hace que, como explica
la pedagoga Cristina Gutiérrez Lestón, «toda esta falta de tiempo y de espacio
para 'ser' genere una serie de carencias emocionales en muchos niños y niñas,
que no saben desenvolverse en un grupo de gente. Se sienten débiles y con un
montón de miedos».
La conclusión, aseguran, es preocupante: tal vez estemos
criando la generación más frágil e insegura de la historia», lo que para Gregorio
Luri, filósofo y pedagogo, debería hacernos pensar que, ante todo, los niños
necesitan unos padres relajados. «Es un derecho de la infancia», asegura.
Por dónde empiezo
A pesar de la alarma, el panorama tiene solución. El camino
a seguir se llama underparenting, o, en otras palabras, hacerles menos caso a
los hijos. ¿Y cómo se hace eso? La experta propone en el libro algunas claves
para poder empezar,que comienzan, otra vez, con la mochila. «Usted no ha de
cargar por sistema con sus cosas. Parece una nimiedad, pero que carguen ellos
con su mochila es una forma efectiva de educar la responsabilidad».
También sugiere que no se les permita a los niños
interrumpir las conversaciones, y que no les preguntemos sistemáticamente todo
(desde qué quiere comer hasta qué medicamento prefiere tomarse para la fiebre).
La línea a seguir se define como «sana desatención», sin anticipar todo tipo de
contratiempos ni pasarse el día alrededor de los niños para intervenir a la
mínima de cambio. En la lista de recomendaciones se incluyen otras muy curiosas
y concretas, como la de no hablar en plural o no pasarse el día colgando fotos
de los hijos en las redes sociales. «Esta avalancha, no solo esta consiguiendo
matar la espontaneidad infantil, sino también crear pequeños narcisos».
Otro aspecto importante es el de la educación. Aquí la
experta es clara: «la educación no consiste solamente en adquirir títulos ().
Que su hijo o hija sean capaces de dar las gracias y de encajar una frustración
es también parte fundamental de su formación». Es importante, además, no
interferir demasiado en las decisiones del colegio e intentar que el niño
aprenda a asumir sus propios errores.
Relájense, sin miedo
Pero ¿qué es lo que nos impide soltar a nuestros hijos de la
mano? ¿por qué los sobreprotegemos hasta rozar muchas veces el ridículo? Pues
algo tan humano como el miedo. «Miedo a equivocarnos -explica la autora-. A
decirles «no». A traumatizarlos. A o darles todo lo que consideramos que se
merecen. A no conseguir que sean felices. A que sufran. Incluso a no conseguir
esos hijos perfectos que parece que hoy todos hemos de tener». La receta para
superarlo es relajarse, y disfrutar de ser padres, para que también ellos
disfruten de ser hijos. «Mi consejo es que sean afectuosos con sus hijos, que
estén con ellos cuando lo necesiten pero no encima de ellos todo el día. Que no
se pongan nerviosos porque el hijo del vecino esté aprendiendo chino y, según
sus padres, sea una criatura rayana a la perfección». Hay que decir no,
exigirles que colaboren y también «decirles que les queremos, pero que ello no
equivale a que tengan una serie de derechos adquiridos, ni sobre ustedes ni
sobre el resto del mundo».
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